¿Cómo se puede dejar la casa en
un tiempo en el que estamos todas las horas del día y todos los días del mes
dentro de ella? Esa es una de las tantas cosas que me ha tocado vivir en este
2020 que por fin se fue.
Después de 15 años dejé de
trabajar en Ipsos y me embarqué en una aventura laboral diferente, desafiante y
desconocida. Ahora, viéndolo en retrospectiva, estoy convencida que solo una
pandemia sería capaz de alejarme laboralmente de la que ha sido mi casa en todo
este tiempo, porque además no solo era mi casa, sino también mi familia, esa
familia cercana que te conoce de toda la vida, desde que eras soltera, desde
que no tenías hijos, desde que no sabías nada de lo que sabes ahora, desde que
te rebelabas a las “órdenes” de tus superiores, desde que creabas caos y
luchabas contra el sistema, porque hasta eso me dejaban hacer en Ipsos (o bueno
Apoyo en ese tiempo) cuestionar, proponer, cambiar. Después de tantos años,
siento un profundo agradecimiento porque en esa casa azul, que luego se convirtió
en un edificio empresarial, me he sentido auténtica, plena, escuchada, querida
y eso para mi ha significado mucho.
Desde hace varios años, siete
para ser exacta, cambié la forma de trabajar que tenía y pasé a un régimen más
independiente, sin horarios fijos, solo cumplimiento de responsabilidades y
tareas, que yo misma administraba e incluso decidía si aceptaba o no. A lo
largo de todo ese tiempo, mientras me sumergía con mayor profundidad en mi rol
materno y descubría otros caminos e intereses, me fui alejando poco a poco de
mi trabajo en Ipsos. Cada vez estaba más fuera que dentro, menos enterada,
menos involucrada, con menos tareas y más tiempo libre para dedicarlo a las
muchas otras actividades en las que me fui sumergiendo. Rincón de cuentos ha
sido una de ellas, un emprendimiento hermoso que en este 2020 ha empezado a
volar con alas propias.
En los últimos dos años, mientras
mis hijos dejaban el nido y empezaron a ir al colegio, yo lograba ordenar un
poco mejor mi rutina y empecé a sentir que debía destinar mi energía y mis
ganas de crear, a alguna actividad distinta a la de Ipsos, sentía que ya había
cumplido un ciclo y era momento de buscar otros caminos, pero no tenía muy
claro el rumbo, así es que no tomaba ninguna decisión concreta. Seguía explorando
por mi cuenta, probando otros espacios en donde fundamentalmente me sintiera
cómoda y en total sintonía con mis intereses. En esos caminos andaba, cuando los primeros días de marzo, decidí empezar en una nueva chamba,
una responsabilidad bien delimitada, de medio tiempo o menos, que si bien no
era una posición que me encantaba, sí me entusiasmaba la posibilidad de
trabajar en esa empresa y con esa motivación acepté. Además, como era algo de
medio tiempo, yo podía seguir con mis responsabilidades en Ipsos y pretendía
cuidar también el tiempo con mis niños, que es algo que había decidido respetar
desde que me convertí en madre.
Y de pronto, llegó el 15 de
marzo, confinamiento – pandemia – estado de emergencia - #quédatencasa. Todo de
cabeza, todo paralizado, de manera violenta y desconcertante. Esa crisis que
atravesaba a todo el planeta se iba enraizando en mi día a día, desbaratando
todo el orden que con mucho esfuerzo había logrado tener. Ya no llevaba a mis
hijos al cole, ni los recogía, ni los acompañaba a cumpleaños, ni íbamos al
supermercado, ni nada de lo que antes consumía una gran cantidad de mi día a
día. ¿Entonces que hacía si además mis dos trabajos de medio tiempo y mi emprendimiento
habían quedado en stand by? Entrar en trompo obviamente, yo que todo el día
estaba haciendo mil cosas, de pronto tenía muy poco que hacer, laboralmente me
refiero, porque con dos niños en casa, sin colegio y en pleno verano, el
descanso no era una posibilidad de ninguna manera.
Entonces le dije a Fernando,
quien ahora es mi jefe, “si necesitas ayuda con algo, pásame la voz”. Y así
empezó esta aventura. Desde hace siete meses me he sumergido en el mundo de las
empresas industriales, de las exigencias de la seguridad y salud en el trabajo,
de las implementaciones de los protocolos COVID, de los sindicatos, resoluciones
ministeriales, entre otros desafíos enormes que ha traído este maravilloso
2020. Todo esto, desde la mirada de las comunicaciones, área que lidero desde
junio y que me ha permitido aprender, explorar, proponer, crear, cambiar y reinventarme
laboralmente.
Grupo JLB, donde ahora trabajo
a tiempo completo, es un grupo familiar empresarial formado por varias empresas,
las más grandes son industriales, dedicadas a producir papel, cartón y empaques
flexibles. Mis nuevos compañeros son ingenieros, la gran mayoría hombres, de
pocas palabras y cierta seriedad. Un cambio radical si lo comparo con el equipo
chacotero con el que había vivido 15 años en Ipsos, sin embargo, en esa
practicidad y claridad para ver las cosas, he aprendido muchísimo, porque
saliendo de nuestra zona de confort, crecemos, experimentamos y mejoramos.
A mis nuevos compañeros de
trabajo los he conocido por videoconferencias, no hemos compartido oficina, ni
almuerzos, ni cumpleaños, ni hemos jugado al amigo secreto. A la gran mayoría
no los he visto nunca en persona y aun así, siento como si los conociera de
siempre. Quizás es porque los he conocido en época de crisis, en momentos en
los que se tenía que trabajar todas las horas del día y todos los días de la
semana, poniendo el hombro, dando más de lo que se podía, aprendiendo en el
camino cómo hacerle frente a una pandemia y a una situación que cambiaba las
reglas de juego casi a diario. Priorizando la salud y el bienestar de los
trabajadores, adaptándose a los cambios, respondiendo a las exigencias de los
clientes, cuidando la producción y la continuidad de la cadena de suministros,
para que todos podamos seguir teniendo acceso a productos de primera necesidad.
Ha sido ese compromiso intenso
que he visto solo en estos siete meses el que me cautivó, entusiasmándome y animándome
a asumir el reto, o mejor dicho, a subirme a una montaña rusa, de la cual todavía
no me bajo. Y aunque ya disminuyó un poco la velocidad, de vez en cuando hay subidas
extremas que hacen que la diversión y la tensión sigan presentes. Pero de eso
se trata la vida, siempre he pensado que si todo estuviera en calma, sería
sumamente aburrido y como me gusta divertirme, pues ahí voy, cerrando los ojos
por momentos, gritando por otros y hasta llorando de angustia y de risa, todo a
la vez.
Empiezo el próximo año con un
nuevo reto, además del de comunicaciones, y me siento feliz. Porque todo está por
crear, lo cual es una enorme oportunidad para innovar, proponer, pensar fuera
de la caja, pero también para escuchar, aprender, estar en contacto con otras
personas y otros equipos, mirar desde sus ojos y nuevamente, salir de mi zona
de confort.
Y todo esto ha sido posible
únicamente porque Alejandro, Ramiro y Josefina han estado a mi lado, sosteniéndome,
dándome espacios de calma cuando los necesitaba, exigiéndome orden,
organización, cuidado, atención al detalle y al panorama completo. Y también porque
Rosana y Jorge, mis padres maravillosos, han estado cerca cuando más los he necesitado,
con una compañía incondicional, amorosa y sabia. Esa que solo los padres saben darles
a los hijos, esa que procuro ser yo para mis hijos también.
Hoy empieza un nuevo año y aunque sigo revolcada por el remolino del 2020, me siento contenta y entusiasmada. Después de todo, cambiar de chamba y de rubro, a los cuarenta años y en plena pandemia ha sido un regalo o al menos así lo he recibido yo.