Hace más de dos meses me mudé a la casa nueva, dando inicio a una etapa
totalmente novedosa, llena de entusiasmo, alegría y mucha ilusión.
No es un cliché eso del “tiempo pasa volando”, es la descripción más
exacta que hay de la vida, el día a día pasa tan de prisa, que solo
cuando paramos y miramos hacia atrás o cuando nos encontramos con gente que
conocemos años y hasta décadas, nos damos cuenta del tiempo que ha pasado.
Así ha ocurrido con estos dos meses: pasaron volando, tratando de
acomodarnos en este nuevo espacio, comprando artefactos, poniendo cortinas,
organizando la limpieza, las compras, los gastos, los horarios de dormir y de
levantarse, armando nuestra nueva vida juntos. Esa que empezamos cerrando y abriendo,
empacando y desempacando, guardando y sacando, era el fin de una etapa y el
comienzo de otra. Yo cerraba más de dos años de convivencia con mi única
“roomie” limeña, cerraba mi vida de “independencia” fuera de la casa de mis padres,
cerraba mi depa de soltera, cerraba toda una época. Pero, a diferencia de lo
que me suele ocurrir con las despedidas y los puntos finales, esta vez, estaba
feliz, era lo que tenía y quería hacer, como cuando un niño luego de caminar
como robot empieza a caminar firme y luego corre y corre y corre.
Yo he empezado a correr (en sentido figurado, porque la verdad ni
camino!). Una enorme felicidad inunda mis días y tengo impaciencia por vivir el
futuro. En este camino tengo algunas certezas y muchas incertidumbres. No sé
como serán los siguientes meses, solo sé que quiero seguir viviéndolos como
hasta ahora. El futuro se escribirá solo.