Tenía solo 3 días por delante
para sacar mi brevete, porque al tercer día se cumplirían 6 meses desde que
hice mi examen médico. Si en esos 6 meses no se tramita el brevete, se vuelve a
cero y hay que volver a empezar todo de nuevo. Eso no me podía pasar. Esta vez
tenía que sacarlo sí o sí.
Día 2:
Empezó accidentado porque
no encontraba la cartilla del examen. Como no estaba en mi casa, pensé que
estaría en mi carro. Me despido, bajo y empiezo a buscar dentro del
carro. Tampoco estaba. Regreso a la casa, sigo buscando. Nada. Entonces pienso,
cuando algo no está ni en mi casa ni en mi carro, pues claro, ¡está en la
oficina! Llego a la oficina antes de las 8 de la mañana, no había nadie, solo
algunas personas entrando para un focus. Subo al piso 7 y busco en mi sitio. Nada.
Entonces, me empiezo a preocupar. ¿Dónde pude haber dejado la cartilla? Regreso
al carro. Llamo a Alejandro y le pido que busque dentro de un cuaderno. Ya eran
manotazos de ahogado. Hasta que de pronto, abro un compartimento del carro y
ahí estaba. “Ya no busques nada, me voy a Conchán”.
Esta vez no me podían jalar, así
es que iría a lo seguro. Practicaría en los circuitos bamba que están antes de
llegar a Conchán, ahí me darían los tips
y con eso no habría pierde. Llego fácilmente y dos o tres
personas se acercan a preguntarme qué buscaba. “Quiero practicar el circuito”. 20
soles la instrucción, 20 el carro y 10 el circuito. “Yo voy a practicar en mi
carro, solo quiero ir al circuito”. Le abrí la puerta al “instructor” y me empieza
a llevar hacia el mundo de las pistas bamba. Estaba casi a orillas del mar, en
lo que debía haber arena, habían puesto mucho desmonte, habían intentado
asfaltar el circuito y remedar (aunque de manera muy burda) la ruta de Conchán.
El instructor me empieza a hacer preguntas,
“yo te vi el lunes en Conchán, ¿qué pasó por qué no aprobaste?”, “¿pero ya
tienes todo?”. “Yo te puedo ayudar, con 250 nomás aseguras tu brevete, para que
no corras el riesgo”. Le digo que no, que yo manejo hace años, solo quiero
practicar y volver a dar el examen. Así pasó una hora. En todo ese lapso íbamos
conversando sobre la invasión que habían hecho los vecinos de la zona. Hay mucho
dinero aquí, le comento. ¿Cómo se puede traer toda esa cantidad de desmonte y asfaltar?
Hay que traer camiones para eso, le señalo. Sí claro, son varios grupos de
personas que se han organizado. De vez en cuando viene La Marina y nos quiere
sacar, pero se le da su propina y nos dejan trabajar tranquilos. Ahora el
negocio ha crecido, me seguía contando. Todo el mundo tiene carro, así es todos
los días. Eso sí, los sábados ni se aparezca, está full. Yo debo haber llegado
casi a las 9 al circuito bamba y ya habían varios carros. La primera ruta
estaba repleta, así es que seguimos avanzando más al fondo y entramos al segundo o tercer circuito. Luego me enteré que hay entre siete u ocho rutas de
ensayo.
Antes de terminar, el instructor
insiste “señorita le aconsejo que asegure su brevete, la veo patalear en
estacionamiento y son bravos en Conchán, por cualquier cosa te jalan”. “Eso sí,
lo único que no puede hacer es pasarse la luz roja, ¿pero eso no va a hacer,
no?”. Me llamó la atención porque podían “asegurar” mi brevete pero el respeto
por el semáforo era innegociable. Y me responde con total seguridad “es que hay
cámaras, pasarse la luz ya es mucho roche, pero todo lo demás normal”. Le
vuelvo a decir que no y antes de despedirme le pregunto por quién va a votar “todavía
no sé, en la primera vuelta voté por PPK, pero esta vez creo que la china se la
lleva”.
Seguí mi camino hacia Conchán,
volví a saludar al vigilante de la puerta, al que le había hecho millones de
preguntas el día anterior. Me reconoce con una sonrisa “¿qué pasó?, ¿otra vez
por aquí?”. Sí, me encanta venir a Conchán, le contesté.
Vuelvo a inscribirme, el pata de
la recepción también me reconoce (si, a él también le hice miles de preguntas
el día anterior) y me dice “mañana se vence su cartilla”. Si, ya sé, por eso vine
hoy, le contesté.
Lo que sigue es bien aburrido,
así es que mejor saltamos hacia el día tres. Sí, me fui a la trica.
Día 3:
Estaba totalmente desanimada,
deprimida y preocupada. Pero tenía que hacerlo, por lo menos intentarlo. Repetimos
el plato, Alejandro dejaba a los niños donde mi mamá y yo me iba por tercera
vez en una sola semana, a Conchán. Encima, les cambié la rutina a todos (de corazón,
gracias).
Volví a parar en los circuitos
bamba. Ahora sí había decidido probar con un carro pequeño. El orgullo del día
anterior, que me impidió alquilar un carro chico, porque ¿cómo podía ser
posible que no pueda aprobar el examen con mi propio carro?, había quedado por
los suelos. Ya no tenía orgullo, dignidad, autoestima, nada de nada. Otra vez
me enfrenté a un “instructor” que luego de hacerme varias preguntas, me llevaría
a las rutas bamba y me alquilaría un carro para practicar. “Yo solo quiero
practicar estacionamiento y alquilar un carro”, le insistí.
Y otra vez estaba en la zona de invasión,
que ya conocía bien. “Entre por aquí” me dijo, señalando la entrada a la
pista de ensayo. No quiero el circuito, solo quiero practicar estacionamiento. “Ya
está bien señora, no se moleste, los estacionamientos están al frente”. Y entonces
empezamos, ¿pero por qué la jalaron?, ¿usted vino ayer, no?, ¿y qué pasó?. Mire
señora, yo le aconsejo que asegure su brevete, si ya la jalaron, no se puede
arriesgar otra vez. Son solo 150 soles (esta vez me estaban rebajando 100 soles!!!),
entre el alquiler del carro allá en Conchán y la práctica acá, va a terminar gastando
más. “No es un asunto de dinero, no lo voy a hacer porque no es correcto”, le
contesté. “Sí es correcto, ¿por qué no va a ser correcto?. Es solo una
ayudadita, nada más”. Suficiente, nada bueno iba a salir de esta conversación y
era inútil prolongarla.
Al final este pata resultó ser
más mafioso que el del día anterior y me quiso subir la tarifa que habíamos pactado
al inicio. Le dije que ya no quería nada y me regresé a mi carro. Estaba por
irme, cuando una viejita me tocó la venta. “Yo le puedo alquilar mi carro y
también le puedo enseñar”. La quede mirando y pensé, ¿qué podía perder?. “Ellos
son jaladores y quieren ganar, en cambio yo soy propietaria, le alquilo mi
carro y le cobro 35 soles”. Está bien señora, le dije.
Di vueltas con la señora Juanita
por una hora, me explicó a su manera, pero me sentía mucho más cómoda con ella.
Me contó que era viuda y que se dedicaba a alquilar carros, aquí en la pista
bamba y también en Conchán. “Cuando vaya a alquilar, le dice a la señorita, que
es alumna de Juanita y que le alquile mi carro. Ella ya sabe”. “Yo vengo desde
Jesús María todos los días, tengo este carro y otro. Vamos a entrar al circuito,
no va a pagar nada, yo voy a avisar. Ellos ya me conocen”. Me volvió a contar
lo de La Marina, “ellos son los más fregados, la Municipalidad no, porque a
ellos sí les pagamos impuestos”. No entendí muy bien cómo se podía pagar impuestos
por una actividad que no está registrada y que además no entrega ni medio
comprobante. Pero de que hay plata como chancha, la hay.
Me despedí de Juanita, “esta vez
sí vas a aprobar, vas a ver”. Le agradecí y seguí mi camino a Conchán por
tercera vez. Nuevamente el vigilante de la puerta “¿y ahora qué pasó?". A la tercera va la vencida le contesté. “Cuando
apruebe viene por acá para felicitarla”, me dijo.
Y bueno, después de todo ¿qué creen
qué pasó?. ¡Lo logré! Gasté mucho más que 150 soles, entre peajes,
simulacros, ensayos bamba y alquiler de auto; pero ahora puedo continuar manejando
con total desparpajo por las calles limeñas. Créanme que he pagado con creces
el terrible descuido que he cometido.
Haber manejado hasta Conchán tres
veces en una semana, que hayan intentado sobornarme dos días seguidos, haber pasado
a la trica (cosa que nunca me había pasado antes) un examen que además según yo
pasaría a la primera (ya se imaginarán, mi autoestima recontra pisoteada) y no haber
podido planear ningún paseo con mis hijos, en la semana de vacaciones de Ramiro,
por tener que ir a Conchán, ha sido un precio bastante alto. Sin duda, me lo
merezco. Lección aprendida.