Con lo que me cuesta dejar y empezar de nuevo, este año se ha empecinado en quitarme.
Hace cinco meses se robaron mi cartera, solo las mujeres sabemos todo lo que puede haber dentro de nuestras carteras. Muchas cosas útiles y prácticas pero tantas otras que solo sirven para aumentar el peso que llevamos en el hombro. No importa, son nuestras cosas, nuestros recuerdos, nuestros cachivaches. Así de pronto, todo desapareció. Me sentí por largos minutos totalmente desprotegida, sin mis documentos, sin las llaves de mi casa, sin mi celular, sin saber los números de teléfono a los que debía llamar para cancelar tarjetas y demás. Una ligera paranoia me acompañó por varios días, porque ahora la "maravilla" de los smartphones, hace que sea muy fácil entrar a nuestro correo personal, a nuestro facebook, a nuestras fotos, solo con apretar un botón.
Hace dos semanas se robaron mi laptop. Si bien, el primer robo lo sobre llevé con relativa calma y resignación; no puedo decir lo mismo de este segundo. Sobre todo porque fue parte de un robo mayor, casi que mi laptop fue el regalo sorpresa e inesperado que se llevaron los rateros. Una profunda tristeza me invadió durante largos días, la cantidad de información que había en esa computadora, equivalía a que me hubieran hecho una operación al cerebro y hubieran afectado mis más valiosos recuerdos. Las miles de fotos que guardaba no podrán ser recuperadas jamás y no es una exageración. Tenía fotos y videos de personas que ya no están conmigo, de gente que no podré volver a fotografiar nunca más. Con mi laptop se llevaron una parte importante de mi vida.
Hace dos meses se llevaron a mi abuelita. No tiene punto de comparación con los dos relatos anteriores, pero sin duda, es parte de esta seguidilla de pérdidas que he tenido durante el año. Hace algunos meses hablé de ella en esta misma bitácora, creo que es fácil deducir lo duro que es sobre vivir a su ausencia. Es como si de pronto te quitaran una pierna y no supieras como hacer para caminar coja, para continuar con la vida sin esa parte que antes era imprescindible. El desconcierto y la tristeza todavía me invaden.
Cuando uno pierde cosas y personas valiosas, se hace más conciente de que nuestro mundo interior es algo que nadie nos puede quitar. Sigo conservando mis recuerdos, mis pensamientos, mis sueños, mis ganas de vivir, de tomar nuevas fotos, de conocer gente nueva, de compartir con mi familia, con mis amigos, de hacer abuelitos a mis padres y que la familia crezca. Sigo conservando lo que soy como persona, lo que llevo dentro, mis sentimientos y mis emociones.
Todo eso que no nos pueden quitar es lo que nos permite ser felices, pase lo que pase.