Esta mañana fue la despedida de los niños que terminan el nido. Con un ritual muy significativo, se dijeron
adiós varios niños hermosos, que parten a nuevos rumbos, entre ellos Ramiro. Ha
sido una semana cargada de diversas emociones, lo hemos sentido claramente
todos en casa, especialmente Ramiro, quien al igual que la madre, empezó a
hacer notar sus primeras somatizaciones. ¡Qué difícil es despedirse! Soltar,
dejar ir, aventurarse a lo nuevo, confiar en lo que viene, crecer… Y más
difícil aún es acompañar este proceso, como si se tuviera alguna certeza de
cómo hacerlo, como si la tristeza y la ilusión de los inicios y finales, nos
permitieran pensar o sentir con claridad. Así, sin saber cómo, vamos viviendo
con nuestros hijos cada momento de sus vidas, cada crecimiento, cada alegría,
cada conquista, pero también sus tristezas y miedos, sus peleas y caídas y como
hoy, vamos viviendo juntos nuestras primeras despedidas.
Han sido más de 4 años caminando
juntos en La Casita, llegamos en agosto del 2013 cuando Ramiro tenía solo 6
meses. Cada lunes por la tarde, nos reuníamos para “jugar”, pero en
realidad, entrar a la sala de juegos de bebes, era entrar en un espacio mágico,
en un momento en lo que lo único que importaba era esa hermosa e intensa diada mamá-bebé,
sin tiempos, sin juicios, sin instrucciones. Estando en La Casita aprendí a
observar y respetar los tiempos de desarrollo de mi bebe, escuché por primera
vez sobre atención temprana, pedagogía libre, la importancia de la autonomía en
los niños y el sentido de los límites. Conocí una nueva forma de jugar, de
explorar, de crecer, de hacer y fui sintiéndome acompañada, sostenida, mirada,
querida.
La Casita ha sido (y seguirá
siendo porque Josefina se queda todavía) el referente más importante de nuestra
familia. Después de la casa, es el lugar en el que más tiempo pasan nuestros
hijos, pero es sobre todo, el espacio que les ha permitido vivir su niñez a
plenitud y por eso estoy profundamente agradecida. Por cada mañana de parque
explorando en la tierra, descubriendo bichos, recogiendo ramitas, hojas y
piedritas, por la ropa tan sucia que es una prueba de lo bien que lo han
pasado. Por el taller de arte y todas las construcciones y creaciones que
hacían a diario, por esa casa hermosa de dinosaurios (con huevos incluidos),
por los dibujos y las pinturas, sin indicaciones, sin estímulos, sin patrones,
por dejarlos crear, creer, crecer. Por el arenero y el chirimoyo, ese árbol
maravilloso que le ha permitido a Ramiro sentirse grande a medida que lo iba
trepando más y más. Por la canción de bienvenida de cada mañana, por las
deliciosas (y saludables) loncheras compartidas, por los paseos caseteros, por
las excursiones fuera de La Casita, por la paciencia, el cariño, las miradas y
los abrazos. Por el grupo hermoso de padres y madres, con quienes hemos ido
creciendo en este camino de la crianza y se han convertido en un grupo de
referencia muy importante, pero sobre todo muy querido. ¡Por todo lo que me ha
dejado La Casita en este tiempo, solo puedo decir gracias!
Estoy segura que Ramiro siente lo
mismo y aunque habla con mucha ilusión de su colegio grande, también me ha
dicho que quisiera quedarse un año más en La Casita. Sin embargo, confío en que Ramiro está
preparado para vivir esta despedida, por lo menos está más preparado que yo, eso
sin lugar a duda. Confío en él y en su forma apasionada de conocer el
mundo, en sus enormes deseos de aprender, de preguntar, escuchar, ver, escribir,
reconocer letras, lugares, olores. Veo a mi hijo y tengo la certeza que el
próximo año será el comienzo de un gran camino que empezaremos a recorrer
juntos.
Ver crecer a nuestros hijos es
una experiencia indescriptible, crecemos con ellos, no hay duda, pero en ese
crecimiento vamos dejando atrás esa relación intensa y hermosa de dependencia absoluta,
para pasar a ser, acompañantes amorosos y respetuosos de sus propios descubrimientos
y de sus nuevos caminos.
2 comentarios:
uf Karina, me ha emocionado leerte
gracias Gabriel de todo corazón!! ha sido hermoso compartir este año contigo!
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