Suena el despertador. Lo apago y pienso que detesto ese sonido. En serio lo detesto. ¿Cambiar el sonido? Sería lo mismo. Sigo durmiendo. Me despierto asustada. Ya es tarde, bastante tarde. Otra vez hay que correr.
Me teletransporto, otro lugar, otra ropa, otro momento. Entro a un edificio de muchas banderas, he estado ahí antes. Varias veces para ser sincera. No lo quiero recordar, pero las imágenes vienen a mi, no las puedo evitar. Estoy en una sala grande, en la pared hay un mapamundi, voy caminando, me detengo, me acerco, me pregunto, ¿en qué lugar del mundo me gustaría estar? Mis ojos se van hacia el hemisferio norte y me concentro en los muchos paisitos europeos, pienso en un par de destinos, pero no escojo ninguno. Sigo mirando y siento que me falta mucho por conocer, que estoy perdiendo el tiempo en esta ciudad, cuando hay tantas otras por recorrer. “Señorita pase por aquí por favor”, sigo viendo el mapamundi, regreso a Latinoamérica, busco los países a los que no he ido y los enumero uno a uno. “Señorita, pase por aquí”. “Lo siento, estaba distraída”.
Salgo de esa reunión, fue más larga de lo que imaginé. Ya se pasó la hora de almuerzo, no tengo hambre, creo que seguiré de largo. Regreso a la oficina, intento desviarme, cambiar de ruta, buscar el mar. Me teletransporto nuevamente. Ahora estoy cerca, casi lo puedo ver, lo imagino, lo huelo, lo escucho, lo veo. Hay gente corriendo olas, jugando con sus hijos, caminando, manejando bicicleta. Cada vez que es de día y veo gente descansando, paseando o haciendo deporte, pienso en dónde trabajarán esas personas que tienen tanto tiempo libre. ¿Cómo hacer para que el trabajo deje de consumirme?
Camino, contesto el teléfono, respondo un mail, dejo sonar el celular, me vienen a buscar dos personas - a juzgar por sus caras - hay problemas. Vuelve a sonar el teléfono, no contesto. Hablan de lo que está pasando, no les presto atención, me paro, les doy una par de soluciones, empiezo a caminar. Entro a una reunión, salgo, tres tazas de café, treinta y cuatro mails, dos informes por revisar y una llamada que nunca devolví.
Me teletransporto por última vez, enciendo el auto, un día en el mundo está sonando y empiezo a cantar: por el día nos encierran en sus jaulas de cemento y aprendemos del león. Pienso que no quiero estar encerrada, en ninguna jaula, de ningún material. Pienso en formas de encontrar libertad. Sigo cantando. No se me ocurre nada.
Un café, tres amigas esperando. Llego tarde, me disculpo. Se burlan, esperaban que llegara tarde, siempre ha sido así. No decido si pedir algo de comer, miro la carta, recuerdo que no almorcé, sigo sin tener hambre. El sueño y el cansancio me han venido a visitar. Intento disimular. Fracaso. El día está por terminar, pienso en todo lo que tengo que hacer mañana, cuento las horas de sueño que tendré por delante. Me asusto.
Me teletransporto, otro lugar, otra ropa, otro momento. Entro a un edificio de muchas banderas, he estado ahí antes. Varias veces para ser sincera. No lo quiero recordar, pero las imágenes vienen a mi, no las puedo evitar. Estoy en una sala grande, en la pared hay un mapamundi, voy caminando, me detengo, me acerco, me pregunto, ¿en qué lugar del mundo me gustaría estar? Mis ojos se van hacia el hemisferio norte y me concentro en los muchos paisitos europeos, pienso en un par de destinos, pero no escojo ninguno. Sigo mirando y siento que me falta mucho por conocer, que estoy perdiendo el tiempo en esta ciudad, cuando hay tantas otras por recorrer. “Señorita pase por aquí por favor”, sigo viendo el mapamundi, regreso a Latinoamérica, busco los países a los que no he ido y los enumero uno a uno. “Señorita, pase por aquí”. “Lo siento, estaba distraída”.
Salgo de esa reunión, fue más larga de lo que imaginé. Ya se pasó la hora de almuerzo, no tengo hambre, creo que seguiré de largo. Regreso a la oficina, intento desviarme, cambiar de ruta, buscar el mar. Me teletransporto nuevamente. Ahora estoy cerca, casi lo puedo ver, lo imagino, lo huelo, lo escucho, lo veo. Hay gente corriendo olas, jugando con sus hijos, caminando, manejando bicicleta. Cada vez que es de día y veo gente descansando, paseando o haciendo deporte, pienso en dónde trabajarán esas personas que tienen tanto tiempo libre. ¿Cómo hacer para que el trabajo deje de consumirme?
Camino, contesto el teléfono, respondo un mail, dejo sonar el celular, me vienen a buscar dos personas - a juzgar por sus caras - hay problemas. Vuelve a sonar el teléfono, no contesto. Hablan de lo que está pasando, no les presto atención, me paro, les doy una par de soluciones, empiezo a caminar. Entro a una reunión, salgo, tres tazas de café, treinta y cuatro mails, dos informes por revisar y una llamada que nunca devolví.
Me teletransporto por última vez, enciendo el auto, un día en el mundo está sonando y empiezo a cantar: por el día nos encierran en sus jaulas de cemento y aprendemos del león. Pienso que no quiero estar encerrada, en ninguna jaula, de ningún material. Pienso en formas de encontrar libertad. Sigo cantando. No se me ocurre nada.
Un café, tres amigas esperando. Llego tarde, me disculpo. Se burlan, esperaban que llegara tarde, siempre ha sido así. No decido si pedir algo de comer, miro la carta, recuerdo que no almorcé, sigo sin tener hambre. El sueño y el cansancio me han venido a visitar. Intento disimular. Fracaso. El día está por terminar, pienso en todo lo que tengo que hacer mañana, cuento las horas de sueño que tendré por delante. Me asusto.
3 comentarios:
En uno de esos países pequeñitos del mapa alguien lee y entiende, tan bien que se asusta, pero por poco tiempo porque tiene un link imposible para regalar: Momo, de Michael Ende (hoy muchas cosas han mejorado bajo su efecto) Besos desde el mapa :)
Creo que debo volver a ese libro (una vez más!)
Otro beso desde el mapa y abriguense! (mientras yo espero con ansias el verano desde este lado del mapa).
Pillé este blog al random. Veo siempre conflictos. El trabajo, la soledad, la desolación, la casi casi depresión, el ahogo de Lima, la nostalgia, etc. dejaran de consumirte cuando te dejes a ti misma ser feliz
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