jueves, 10 de julio de 2014

Nació mi niña

El tiempo vuela y casi sin darme cuenta ya ha pasado un mes! 30 días y 30 noches, porque con un recién nacido, los días y las noches se viven con la misma intensidad.
 
En todo este tiempo he querido escribir sobre mi parto (porque sí, ya lo saben, me obsesiona el tema!) pero luego de los primeros días, otros temas han ido ocupando mi mente. Así es que dejaré para más adelante el relato sobre mi segundo parto. Por ahora, me dedico a tiempo completo a aprender a ser madre de dos niños pequeños, digamos que casi casi, de dos bebés.
 
Mis días empiezan con el llanto del primer bebé, que generalmente es el del mayor, en ese momento su papá va a su encuentro y comienza la repartición de críos, los hombres por un lado y las mujeres por otro. Yo me quedo con la bebita, entre pañales, teta y si hay suerte durmiendo un poquito. Nos levantamos y seguimos más o menos con lo mismo, teta, desayuno, leche, fruta, teta otra vez, hasta que llega la hora del baño y las primeras coordinaciones para que el baño de uno no se junte con el del otro, para que el llanto de uno no despierte al otro y sobre todo, para estar disponible y darles suficiente atención a los dos y que los celos no nos traicionen en el intento.
 
Más allá de los detalles prácticos del día a día, esta segunda maternidad vino cargada de culpa (¿por qué cargaremos con tanta culpa las mujeres? – estoy convencida que es una cuestión de género y de verdad que me agota, porque es literalmente un peso sobre los hombros). Culpa de no poder estar físicamente para los dos, de no poder atender a los dos por igual, o en el momento que cada uno de ellos me necesita. Culpa de escuchar un llanto y no poder ir corriendo porque estoy cambiando un pañal, culpa de tener en brazos a uno y no poder alzar al otro inmediatamente cuando me lo pide, culpa de morirme de sueño y no poder disfrutarlos como quisiera. Podría seguir citando numerosos momentos, todos ellos cargados de culpa. ¡Que vaina!
 
Sé que esto es un aprendizaje conjunto, mis hijos están aprendiendo a ser hermanos y por lo tanto a compartir, empezando por compartir a la mamá y yo estoy aprendiendo a ser mamá de dos niños pequeños, repito, casi casi de dos bebés. Intento conseguir un equilibrio entre sus demandas y mi oferta, estar alerta a sus necesidades, organizarme y organizarlos. Aunque ya ha pasado un mes, claramente seguimos en etapa de adaptación.
 
Y es que por alguna razón, esta segunda maternidad me está costando muchísimo más. Si bien, puedo bañar a mi bebé casi con una sola mano, darle de lactar mientras camino de la mano con mi otro hijo o cargarlos a los dos a la vez, emocionalmente (y físicamente) me siento agotada. Tener que estar disponible a dos llantos, me estresa; sobre todo cuando es el llanto de la bebé, porque si se trata de hambre, nadie más que yo puede calmarla. No importa si tengo hambre, sueño, cansancio, ganas de ir al baño o lo que sea, si ella quiere teta, digamos que ya fui. Hasta donde me permiten mis recuerdos, no era así con mi primer hijo, darle de lactar me encantaba y sentía un enorme orgullo de hacerlo, ahora, sí me sigue gustando y me enorgullece también y sé que es lo mejor para mí y para ella, pero me cansa y sobre todo en estos primeros días, casi que me siento una teta pegada a una bebé. 
 
Sé que todo es cuestión de tiempo y que con el pasar de los días y las semanas, estaremos más acostumbrados a esta nueva vida de cuatro. Desde lo práctico que es salir con dos maletines, pañales, mudas de ropa, sillas de carro y coches; hasta cosas más de fondo, como sentirme “adaptada” siendo mamá de dos niños, hasta ahora, cada que lo digo o lo escribo, no lo creo.
 
Cada niño que nace trae consigo el renacimiento de todos los que lo rodean y eso está haciendo mi bebé con nosotros. Cuesta empezar de nuevo, cambiar de rutina, de actividades, de preocupaciones, de intereses… es más o menos como dice Ismael Serrano, en una canción que en estos días escucho mucho “de repente llega alguien que lo desordena todo y nos enseña que lo mejor está por venir”. Mi hijita ha venido para cambiarnos la vida y enseñarnos que lo mejor está por venir.
 
"Canción para esperar a un recién nacido" - Ismael Serrano  


domingo, 1 de junio de 2014

Un año después... nuevamente de parto

Hace un año que no escribo nada en este espacio. Un año! Suena muchísimo y en realidad lo es, pero es que cada día de este año ha sido tan intenso, que me ha dejado pocos momentos libres para sentarme y escribir con calma (sumado por supuesto a mi falta de organización y disciplina que hacen que viva postergando todo).

La última vez que escribí, mi hijo mayor tenía solo 3 meses, digo mi hijo mayor porque tengo desde hace 37 semanas una nueva bebe creciendo dentro de mí. Sí, 37 semanas… eso quiere decir que volveré a ser madre en cualquier momento!! Esta vez de una niña.

Este segundo embarazo llegó más sorpresivamente que el primero, tuve que tomarme varias semanas para procesar mi nuevo estado, tenía un bebe de solo 7 meses y ya empezaba a gestar a un segundo bebe. Un enorme sentimiento de culpa me embargó, sentía que no tenía derecho a quitarle el lugar de “hijo único” a mi hijo mayor, que todavía era muy pronto, que ni siquiera tenía capacidad de comprender lo que estaba pasando (aunque fue el primero en darse cuenta que algo estaba cambiando). Me sentía mal porque me moría de sueño y cansancio y no disfrutaba tanto nuestro tiempo juntos. Tenía miedo y angustia por esta nueva persona que iba a entrar en nuestra relación de a dos, dejaríamos de ser dos para pasar a ser tres. No estaba preparada para eso, no quería dejar esta relación exclusiva, intima, secreta, que tenía con mi hijo mayor. No quería por nada dejar de darle de lactar (la reducción de leche fue el primer indicio que tuve de que podía estar embarazada), no quería dejar de cargarlo (en realidad no he dejado de hacerlo, aunque ya pesa más de 11 kilos y mis dolores de espalda son cada vez más frecuentes), no quería que deje de ser el centro de mi vida y no imaginé jamás que podía sentir todas estas cosas ante la noticia de que estaba embarazada nuevamente.

Pasamos muchas semanas sin decírselo a nadie, ese estado de “secreto” hacía que mi culpa se acrecentara, como si hubiera hecho algo malo o tuviera que esconderlo. El tiempo y un poco de terapia me ayudaron a entender lo que estaba sintiendo y a mirar este nuevo estado con alegría y entusiasmo y sobre todo, como una oportunidad de crecimiento para toda la familia.

Con el paso de los meses he entendido que parte de mi resistencia se debía a lo mucho que me cuesta asumir los cambios y este definitivamente es un gran cambio, que además se había suscitado rápidamente. Estaba acostumbrándome al nacimiento de mi nueva familia, habíamos pasado de ser una pareja para convertirnos en una familia, tres miembros, cada quien con sus propias necesidades, angustias y temores. Cada uno de nosotros reconociéndonos, mirándonos, escuchándonos, viviendo todo por primera vez. Y de pronto, como suceden las cosas importantes, nos vimos sorprendidos por el regalo de una nueva vida. Lo que nos tocaba ahora, era aprender a ser cuatro, una nueva familia de cuatro, en donde cada uno de nosotros tiene que aprender a desenvolverse en su nuevo rol.

A mi toca aprender a ser madre de dos niños pequeños, a multiplicar mi amor, mi atención, mi paciencia, mi cuerpo, a multiplicar todo mi ser. ¿Cómo se hace eso? Pues no lo sé, solo sé que se hace, que requiere mucho esfuerzo (físico y mental), que paso horas enteras pensando en qué decisión tomar sobre esto o aquello, que tengo mucho miedo de cometer algún error, que pienso en qué será lo mejor para mi hijo mayor, en como “protegerlo” del cambio que significará la llegada de su hermanita, si es momento de llevarlo al nido o mejor no, si es momento de pasarlo de su cuna a una cama o mejor no, que cambios debo o puedo hacer y cuáles no.

Toda esta situación me ha llevado a repensar mi vida desde lo más íntimo, ¿estoy haciendo lo correcto?, ¿estoy viviendo lo que quiero vivir?, ¿de la forma en que quiero vivirlo?, ¿trabajar a tiempo “completo” es lo que tengo que hacer en este momento de mi vida?, ¿dedicarme a mi casa?, ¿a mis hijos?, ¿y mi vida profesional?, ¿mi vida social, ¿mi vida personal?, ¿mi vida de pareja?. Quién soy y quién quiero ser, quién quiero ser por mí, por mis hijos, por mi pareja, por mi familia. Dicen que la maternidad es un cambio en la vida de una mujer y en mi caso se está cumpliendo al pie de la letra. No he vuelto a ser la misma persona de antes desde que la vida me dio el regalo y la oportunidad de ser madre, es más, no sabría cómo volver a ser la misma. No sé si eso es bueno o malo, si le pasa a todo el mundo o yo soy un bicho raro, solo sé, que en este camino de repensar la esencia de mi vida, no hay vuelta atrás.

Esta historia continuará… por lo pronto, ya he empezado a concentrar mi atención en mi próximo parto y en que pueda ser lo más natural y respetado posible. Me doy fuerzas y me aliento a mí misma, porque sigo creyendo firmemente en que el parto es nuestro. Así es que, ahí voy… un año (y 3 meses después) y nuevamente de parto.