jueves, 29 de octubre de 2009

Un día en el mundo

Suena el despertador. Lo apago y pienso que detesto ese sonido. En serio lo detesto. ¿Cambiar el sonido? Sería lo mismo. Sigo durmiendo. Me despierto asustada. Ya es tarde, bastante tarde. Otra vez hay que correr.

Me teletransporto, otro lugar, otra ropa, otro momento. Entro a un edificio de muchas banderas, he estado ahí antes. Varias veces para ser sincera. No lo quiero recordar, pero las imágenes vienen a mi, no las puedo evitar. Estoy en una sala grande, en la pared hay un mapamundi, voy caminando, me detengo, me acerco, me pregunto, ¿en qué lugar del mundo me gustaría estar? Mis ojos se van hacia el hemisferio norte y me concentro en los muchos paisitos europeos, pienso en un par de destinos, pero no escojo ninguno. Sigo mirando y siento que me falta mucho por conocer, que estoy perdiendo el tiempo en esta ciudad, cuando hay tantas otras por recorrer. “Señorita pase por aquí por favor”, sigo viendo el mapamundi, regreso a Latinoamérica, busco los países a los que no he ido y los enumero uno a uno. “Señorita, pase por aquí”. “Lo siento, estaba distraída”.

Salgo de esa reunión, fue más larga de lo que imaginé. Ya se pasó la hora de almuerzo, no tengo hambre, creo que seguiré de largo. Regreso a la oficina, intento desviarme, cambiar de ruta, buscar el mar. Me teletransporto nuevamente. Ahora estoy cerca, casi lo puedo ver, lo imagino, lo huelo, lo escucho, lo veo. Hay gente corriendo olas, jugando con sus hijos, caminando, manejando bicicleta. Cada vez que es de día y veo gente descansando, paseando o haciendo deporte, pienso en dónde trabajarán esas personas que tienen tanto tiempo libre. ¿Cómo hacer para que el trabajo deje de consumirme?

Camino, contesto el teléfono, respondo un mail, dejo sonar el celular, me vienen a buscar dos personas - a juzgar por sus caras - hay problemas. Vuelve a sonar el teléfono, no contesto. Hablan de lo que está pasando, no les presto atención, me paro, les doy una par de soluciones, empiezo a caminar. Entro a una reunión, salgo, tres tazas de café, treinta y cuatro mails, dos informes por revisar y una llamada que nunca devolví.

Me teletransporto por última vez, enciendo el auto, un día en el mundo está sonando y empiezo a cantar: por el día nos encierran en sus jaulas de cemento y aprendemos del león. Pienso que no quiero estar encerrada, en ninguna jaula, de ningún material. Pienso en formas de encontrar libertad. Sigo cantando. No se me ocurre nada.



Un café, tres amigas esperando. Llego tarde, me disculpo. Se burlan, esperaban que llegara tarde, siempre ha sido así. No decido si pedir algo de comer, miro la carta, recuerdo que no almorcé, sigo sin tener hambre. El sueño y el cansancio me han venido a visitar. Intento disimular. Fracaso. El día está por terminar, pienso en todo lo que tengo que hacer mañana, cuento las horas de sueño que tendré por delante. Me asusto.

jueves, 8 de octubre de 2009

Si se calla el cantor, calla la vida

Sigo ausente, es por eso que en estas semanas me ha sido difícil escribir. Sin embargo, esta ausencia es diferente, es más una concentración en mi misma, pensar en mi, acompañarme, escucharme, entenderme, quererme.

Y en este proceso, la música está ocupando un lugar importante... no hay día que no cante a viva voz, algo que me recuerde lo que soy, lo que siento, lo que anhelo, en lo que creo. Curiosamente, en la entrada más personal que he tenido, colgué una video de Mercedes Sosa, una canción de esas preciosas que le dan sentido a la vida...

Y venía pensando en esa coincidencia, en la presencia de esta mujer en mi vida, en la fuerza de su voz, de su música, en su lucha por lo justo, en su amor por su país, por su entorno, por lo propio y por lo ajeno. Una mujer maravillosa. Su partida, ha sido sin duda, una noticia triste, muy triste. Como lo describe Victor Heredia en la última carta que le escribió y que reproduzco solo un pedazo:

Te escribo rápido desde el amor y la congoja para expresarte no mi pena ni mi angustia por la pérdida, eso ya te lo dije ayer cuando dormías, al oído.

Voy
a contarte lo que todo un pueblo dijo en estos días cuando estabas dormida, luchando por tu vida y espero ser capaz de reflejar en esta carta. Ese pueblo que estuvo hoy durante todo el día repitiendo tu nombre, ese pueblo tozudo y generoso, luchador incansable y vencedor de tanta crisis, ese pueblo que sabía quién eras, qué cosas defendías, ese que desfiló multitudinario ante tus despojos para agradecer tu vocación de cantora popular, de mujer valiente, de artista generosa.

Sólo
voy a repetir lo que ellos dijeron a cada beso, en cada flor que depositaron con unción ante tu féretro: ¡Querida! ¡Hermana! ¡Amiga! ¡Compañera! ¡Argentina! ¡Nuestra!


Todos los que se van, al irse nos dejan algo, mucho o poco, profundo o superficial, pero siempre algo. El canto de Mercedes Sosa me acompaña y así será, porque si se calla el cantor, calla la vida, porque la vida, la vida misma es todo un canto.

Y mientras canto, acumulo energías... porque se vienen tiempos nuevos (y buenos). Tiempos de que nazcan cosas nuevas, nuevas, nuevas.